El
más conocido y mundialmente famoso emigrante mirandino es sin
duda don JOSÉ MENÉNDEZ, apodado "el rey de la
Patagonia". “Nace en la parroquia de Miranda, entonces
filial de san Nicolás de Avilés, el día 2 de noviembre de 1846
en una casa de aldea, sita en el barrio de Miranda, de planta
baja, que más tarde sus sobrinos, Paulino Valdés y Araceli Menéndez,
reformaron a petición del indiano pero manteniendo la puerta
principal sobre la que pretendía grabar una inscripción que
dijera: "Por esta puerta salí pobre y entré rico",
pero tal deseo debió de ser uno de los pocos que no llevó a
cabo. Fue uno de los siete hermanos que tuvo el matrimonio Manuel
Menéndez-Cañedo Álvarez, natural de Peñaflor, Grado, y de María
Menéndez Granda, natural de Miranda, conocidos en el pueblo por
el mote de "Los Zancos". Cuando contaba apenas dos años,
su padre lo llevó a casa de un tío materno llamado José Menéndez
Granda que ejercía de maestro en Ventosa, (Candamo), para darle
una mejor instrucción primaria pero con el compromiso de traerlo
a casa al menos dos o tres días cada mes.
Allí
pasó su infancia hasta que a los 11 años sus padres, contra la
voluntad del tío que veía en el niño grandes dotes para el
estudio, lo dejaron en Miranda definitivamente por serles
necesario en la cuida del ganado, aunque respetando en lo posible
la asistencia escolar.
A
la edad de trece años sus padres le dan permiso al fin para
embarcarse. Durante seis meses lo envían a Avilés a otra escuela
pagando por las clases "la importante suma, en aquellos
tiempos, de un duro al mes".
A
mediados de 1860 se anuncia la salida del puerto de Avilés con
rumbo a Cuba de "La Francisca", un velero que desplazaba
800 toneladas. El precio del pasaje era de 45 duros, que se podían
pagar a plazos.
A
los cuatro meses, y por el mismo barco que le había llevado a
Cuba, reciben sus padres la primera carta en la que manifestaba
haber hecho un viaje feliz que duró 45 días. La carta anduvo de
pariente en pariente durante algún tiempo puesto que la segunda
ya se hizo esperar más.
No
sabemos a ciencia cierta cual fue la razón para desplazarse a
Buenos Aires hacia 1866 donde hace de tenedor de libros en la
ferretería de Corti Riva & Cía. y a la vez en la de Etchart
& Cía ambas ferreterías especializadas en efectos navales.
La teneduría de libros era, por entonces, uno de los puestos
mejor retribuidos de modo que no le fue difícil juntar unos
ahorros.
Durante
estos años conoce a una joven uruguaya, descendiente de los
franceses de la Legión, defensores de Montevideo durante el sitio
de Manuel Oribe en 1843. Contrae matrimonio el día 19 de marzo de
1873, festividad de san José, en el templo de La Merced. Doña
María Behety Chapital, la joven esposa contaba 20 años y José
Menéndez 27.
La
llegada definitiva a Punta Arenas tiene lugar en 1875 en donde
Piedrabuena llevaba instalado desde 1869. Entre los comerciantes
instalados en la región y con quienes empezó a relacionarse
debemos recordar al asturiano José Montes, natural de Mieres, que
fue quien le acompañó en el primer viaje a Miranda, al portugués
Nogueira, dueño de una flotilla de goletas y a los ingleses
Reynard y Felton además de algunos alemanes y lituanos.
El
nacimiento del poblado de Punta Arenas se puede cifrar alrededor
de 1843 cuando el gobierno chileno del general Manuel Bulnes
decide tomar posesión del estrecho de Magallanes. Tres años más
tarde nacía en Miranda José Menéndez con quien la suerte del
poblado correría parejas, por uno de esos misteriosos avatares
que la Historia nos reserva.
En
1877 tiene lugar un hecho trágico para toda la colonia y de modo
especial para la familia Menéndez-Behety, hecho que se le conoce
como "la sublevación de los artilleros". La noche del
10 de noviembre de 1877, cuando los guardias se reintegraban a sus
casas medio borrachos, a la una y cuarenta minutos de la
madrugada, se escucha el retumbar de un cañonazo mientras por las
calles los guardias corrían despavoridos gritando: "¡los
argentinos! ¡los argentinos!". En efecto, debido a la
tirantez fronteriza entre Chile y Argentina, muchos creyeron que
se trataba de un invasión por parte de Argentina. La realidad era
que un cabo de artillería llamado José Antonio Riquelme, un
mestizo que estaba en aquella hora de imaginaria y el sargento
Isaac Pozo habían sublevado a la guarnición y a los presos. La
primera decisión era dar con "Delen más", a quien
hallaron en su casa durmiendo. Después de torturarlo cruelmente
delante de su mujer y de sus hijos mientras le repetían
"denle más, denle más", lo asesinaron. En aquel caos
algunos amotinados derribaron la puerta de la tenencia de
Ministros de un cañonazo y, abriendo la caja fuerte, se llevaron
unos pocos pesos que allí había, otros apresaron en la capitanía
del puerto al ayudante jefe Domingo Olavarría sometiéndolo a la
burla de un fusilamiento simulado. El gobernador y sargento mayor
don Diego Dublé y Almeyda quiso restablecer el orden pero ante el
panorama que se le presentaba ante sus ojos optó por regresar a
casa para esconder a su mujer y siete hijos. Se enfrentó después
con los sublevados pero impotente ante los acontecimientos tuvo
que huir, mal herido en un caballo, hasta llegar al mar. Los
almacenes de bebidas fueron saqueados, los edificios incendiados,
únicamente se salvó la iglesia. La esposa de José Menéndez
corrió a refugiarse con sus tres hijos a casa de los esposos
Aubry, dueños de una panadería. Muchos eran los que habían
buscado este refugio. Cuando estaban todos dentro oyeron las voces
de los amotinados gritar desde afuera, mientras aporreaban con las
culatas la puerta: "¡Abran...! ¡que salga el
gobernador...!" Como no contestaba nadie los insumisos
optaron por marcharse. Pero uno de ellos, contrariado por no poder
echar abajo el portón, disparó la carabina contra la cerradura
con tan mala suerte que en ese mismo instante se acercaba a la
puerta doña Mariquita la esposa de José Menéndez siendo
alcanzada y malherida en una pierna por debajo de la rodilla.
José
Menéndez se hallaba durante la revuelta en viaje de gestión
comercial en Montevideo. Cuando regresó, terminada la asonada
halló que su casa estaba totalmente destruida, sus hijos llenos
de terror y a su mujer habían tenido que amputarle la pierna para
salvarle la vida. En Punta Arenas había nacido María, que, de
resultas de aquellos días vividos a la intemperie y
deficientemente alimentada, enfermó y, cuando apenas contaba
nueve meses, falleció.
El
entristecido padre no se dejó intimidar. Adoptó las precauciones
consiguientes, regresó a Valparaíso invirtiendo todos sus
ahorros en material y mercancía. Con el nuevo almacén dio
comienzo una nueva etapa para Punta Arenas.
En
1879 Julio Argentino Roca, ministro de la Guerra argentino
declara la llamada "guerra del desierto" con la
finalidad de exterminar a los indios nómadas con lo que el
territorio de Chubut pasa a ser territorio de la República
Argentina. En estas contiendas el gobierno paga a sus soldados con
lotes de terreno que son los que los colonos, y en concreto
nuestro biografiado, compran a soldados y marinos para su
posterior explotación. Durante diez años emprende la tarea de
adquirir terrenos en arriendo que escritura al fin en 1890.
En
1880 después de varias tentativas frustradas Menéndez compra una
partida de 500 lanares procedentes de las Islas Malvinas a un tal
Marius Andrieu y la sitúa en un erial de san Gregorio.
Desconocemos los detalles del ensayo pero con esta adquisición se
puede afirmar que empieza el despegue económico de Menéndez.
La
primera estancia argentina fueron los terrenos que el estado había
concedido al célebre explorador del desierto de Tierra de Fuego,
Popper, pero habiendo fallecido inesperadamente sin poder
poblarlas como exigía el contrato con el gobierno, son compradas
por José Menéndez. Con ello dispone de pastos de invierno y de
verano en proporción adecuada para salvar la vida, lana y carne
de las ovejas haciendo rentable su explotación.
En
pocos años levanta en san Gregorio 42 edificios de todo tipo,
construye sobre el mar un muelle de 200 metros, un tenderal para
10.000 cueros, una línea férrea de 14 km, una aguada artificial,
baños de ovejas, graserías, etc.
Importó
ovejeros de las Islas Malvinas, de Escocia y Nueva Zelanda los
cuales conocían a la perfección los secretos del oficio. Poco a
poco las pampas se van poblando de miles de ovejas o
"guanacos blancos" como vulgarmente se decía. En 1905
envía a su hijo José a Australia, una vez concluidos los
estudios de Humanidades en Montevideo, para perfeccionarse en
temas ovinos.
A
su muerte en san Gregorio se contabilizaban más de 140.000
cabezas.
Al
mismo tiempo que atiende el almacén durante estos meses de 1880
nuestro paisano no pierde el tiempo y se asocia con José Montes,
propietario de una carnicería, para abrir un nuevo negocio: el
Hotel del Puerto. Las ganancias del hotel las invierten en una
nueva empresa: un aserradero y barraca de maderas que con el
tiempo llegaría a ser una boyante empresa que dirigía un
socio industrial llamado Arnal. Por este tiempo realiza
operaciones con Elías H. Braun, almacenero y carnicero
igualmente, y con el armador y lobero José Nogueira.
Su
primer viaje a España tuvo lugar el año 1886 y la vista a la
casa paterna narrada por un testigo de excepción, su hermano
Francisco, escrito que redactó el 20 de agosto de 1918,
precisamente el año de su muerte, a petición de los hijos del
propio José Menéndez.
En
el mes de febrero de 1899 el presidente argentino Julio Argentino
Roca y el chileno Federico Errázuriz debían entrevistarse para
solventar el problema de las tierras del Estrecho en litigio entre
las dos naciones. Nuestro biografiado acompañó al presidente de
Chile en su visita a los canales pero declinó la invitación al
baile de gala que tuvo lugar el día 15 ya que gustaba duelo por
la muerte de la madre de su esposa doña Mariquita. Cuando finalizó
la fiesta Menéndez se percató del mal tiempo que reinaba y en
horas de la madrugada cuando Roca debía regresar a Belgrano esperó
al presidente argentino a la salida y lo albergó en su
confortable casa aquella noche. El problema se zanjó, al menos de
momento, hecho histórico que se conoce por "el abrazo del
Estrecho". Menéndez no desaprovechó esta ocasión que le
brindaba la fortuna y así, durante el desayuno, en presencia de
sus hijos y yerno, discutieron largamente futuros planes de acción
y trazaron las líneas a seguir y las nuevas empresas a emprender.
En
1894 realiza su segundo viaje a España acompañado de su esposa y
de su hija Josefina que acaba de contraer matrimonio con el
terrateniente Mauricio Braun en la parroquia de Punta Arenas,
convertido al catolicismo el 5 de enero de dicho año. El
matrimonio no impidió, por mutuo acuerdo, que ambos siguieran
cada cual con su negocio en fraternal competencia, actitud que duró
hasta 1908 en el que la crisis monetaria por la que pasaba el
mundo les obligó a fusionar algunas de sus empresas situadas en
las costas de la Patagonia.
Cuando
regresa a Buenos Aires se entera que están en venta los bienes de
sucesión de un conocido aventurero que había conocido
anteriormente aunque había mantenido algunos roces con él. José
Menéndez, que se relacionaba bastante con monseñor Fangnano,
estaba muy al tanto sobre las tierras que ahora quería comprar y
hacia ellas se dirige el día 25 de noviembre de dicho año 1894.
En una Memoria presentada anota: "Estas tierras resultan
pastosas en alto grado, bien aguadas, accidentadas, abrigadas,
buenas y hasta magníficas, con lugares espléndidos..." .
Empezaba
a ponerse en marcha sobre una superficie de 80.000 hectáreas, la
planificación y explotación de la Primera Argentina, nombre con
que bautizó este primer ensayo de colonización en tierra de
Fuego y que luego se llamaría José Menéndez. Juan E. Belza hace
de nuestro personaje en esta época la siguiente descripción:
"Cuando fundó la primera estancia argentina promediaba ya
los cincuenta años. Ya no estaba en edad de improvisaciones. En
los años precedentes había acumulado una de las fortunas más sólidas
de Magallanes.
El
conocido científico sueco, Otón Gustavo Nordenskkjöld, que
transitara por Punta Arenas en 1895, anotó a Menéndez y Nogueira
como a los "navad" del estrecho. Después del s. XVIII
los ingleses comenzaron a distinguir con este apelativo indostá-nico
a los compatriotas que volvían enriquecidos de las colonias. Eran
algo así como los indianos de los españoles.
Sin
embargo a primera vista no descollaba demasiado. Robusto, más
bien delgado, de estatura mediana, comenzaba a impresionar cuando
se advertía la penetración de sus ojos, siempre inquietos bajo
el marco de cejas poderosas y expresivas. No alcanzaron a
disimular su brillo ni los anteojos de armazón de plata que le
trajeron los años, ni siquiera el doble cristal que a veces
sobreponía para leer.
Ostentaba
barba completa de época, que, a medida que pasaba el tiempo
encanecía y tomaba una discreta forma luisnapoleónica.
Siempre
vistió con pulcritud y elegancia, aún en sus misiones campestres
y marinas. En la ciudad gustaba presentarse doquier de impecable
chaqué, camisa de cuello palomita, corbatín blanco o negro y
sombrero hongo. Apoyaba su mano de guante blanco en un bastón de
regatón de plata. Gruesa cadena de oro colgaba en orlas del ojal
medio del chaleco, del que también pendía un pesado medallón.
Claro que no todo era adorno. Las alhajas disimulaban la presencia
de una herramienta de trabajo, el reloj marinero que don José
extraía por cualquier motivo, en su hábito de fiscalizar el
accionar de todo y de todos. Tanto en las vegas sureñas cuando
los perros separaban a millares y millares de ovejas, como en los
puertos del norte cuando zarpaban sus naves, infatigablemente
aparecía, reloj en mano, para controlar horarios. Hasta se lo vio
alguna vez en el muelle, repiqueteando con la punta del bastón en
alguna proa impuntual.
Cuando
cabalgaba o timoneaba calzaba polainas y envolvía el cuidadoso
atuendo con amplia bufanda.
Tanto
su conversación como los modales denunciaban no sólo al honrado,
culto y afortunado comerciante, para usar el decir un tanto irónico
de Popper, sino al hombre volcado al mundo y al porvenir.
Con
gran impulso interior apuntaba toda su capacidad hacia objetos muy
concretos, cuidadosamente escogidos. En esto precisamente se
diferenciaba de Popper, siempre arrebatado y hasta desviado por la
intuición, o de Piedra Buena, idealista de enorme
corazonadas".
"...
tal vez su mayor aliado y por otra parte su peor enemigo fueron la
impaciencia y la susceptibilidad. Incapaz de esperar algo con
calma, cuando descubría error o engaño, se tornaba agresivo,
lleno de causticidad y de sarcasmo. Pocos se libraron de sus
reprimendas cuando por ejemplo, hallaba un clavo tirado en un
almacén. Por eso nunca quiso mezclar los negocios con la
familia...
En
resumen era un ser apasionado..."Hay que cuidar los
detalles" repetía con inusitada frecuencia...Uno de esos
detalles era la puntualidad que cronometraba con el reloj de
marras a la vista de todos, y mantenía hasta con ingeniosos
expedientes como aquel peón de estancia dormilón que una mañana
se encontró con que el mismo don José le traía el desayuno a la
cama...
Al
buen sentido comercial e industrial unía el discernimiento de las
personas. Amabas condiciones hicieron posible el éxito conjunto
de la empresa con la promoción de sus dependientes en todos los
estratos del trabajo. Así fue como asomaron y progresaron
capataces, administradores, habilitados, gerentes y flamantes
propietarios salidos casi de la nada. Tenía buen ojo para
descubrirlos en cualquier parte, apreciaba mínimos pormenores que
le indicaban sus valores personales, les entregaba responsabilidad
y luego los seguía discreta pero continuamente...".
"...Con
sus amigos era fino, alegre y cordial, conversador amable y
saleroso...dominaba los recursos del humor...Gustaba de la lectura
culta y del teatro. Hasta llegó a construir con dinero de su
bolsillo el primer salón de Punta Arenas. Lo inauguró con la ópera
Lucía de Lamermoor.
Una
de metas propuestas por Menéndez era el tener pastos abundantes
que él iba adquiriendo mediante la compra de lotes de terreno que
el Estado había cedido en recompensa por servicios a militares,
marino y soldados. En 1899 se hace con nuevos lotes al norte y sur
del Río Grande para ampliar con los del sur la Primera
Argentina fundada hacía años y con los del norte formar
una nueva estancia que llamaría Segunda Argentina, hoy María
Behety. Esta estancia es considerada la mayor y mejor, la más
valiosa de todas las que tenía según propia confesión pues llegó
a alcanzar las 144.173 hectáreas, 36 áreas y 43 centiáreas.
El
tercer viaje a España tiene lugar en 1900. Esta vez le acompaña
su esposa y su hija María.
En
1906 viaja por cuarta vez en compañía de su esposa y de su hija
Herminita, siguiendo con destino a Roma.
Hace
el quinto viaje el 1910. Llega a San Sebastián desde París, allí
le recibe su hermano, el autor del diario. Atraviesa Bilbao y
Santander, visita lo más importante de Asturias, pero sobre todo
recorrió los centro benéficos y culturales de Miranda y Avilés
dejando los copiosos donativos.
Este
mismo año lo encontramos de nuevo en París en su sexto viaje
también en automóvil al continente europeo.
La
industria ganadera, que sumaba la respetable cifra de ciento
cuarenta mil cabezas de ganado lanar, había empezado treinta y
tres años antes en 1878 con la adquisición de aquellas 500
ovejas importadas desde las Islas Malvinas y que trató de
aclimatar en un erial junto a la bahía de san Gregorio a 120 km.
de Punta Arenas. De ese modo dio comienzo la explotación conocida
por el nombre "Menéndez Behety" fundada con 800.000
Libras, constituida sólo por miembros de su familia y que ha sido
modelo de organización para cuantos han pasado por allí. A la
muerte de José alcanzaba el millón de ovejas.
Funda
en 1911 y preside la Sociedad Importadora Exportadora de la
Patagonia S.A." en Punta Arenas, con un capital inicial de
cinco millones de pesos. El año 1940 contaba con más de
veinticinco sucursales bancarias y mercantiles en todos los
puertos de la Patagonia y Tierra del Fuego teniendo su sede
central en Buenos Aires.
Su
primer barco fue un velero de nombre "Rayo" y un vapor
de pequeño calado, el "San Gregorio" siendo el primero
en iniciar el cabotaje de Tierra de Fuego y del Estrecho de
Magallanes. Esto sólo fue el comienzo de aquella famosa empresa
naviera "Menéndez Behety" a la que pertenecían medio
centenar de vapores cuya primera letra debía ser una A en
recuerdo de su tierra Asturias y Avilés: Antártico, Austral,
Amadeo, Arturo, Alfonso... El primer vapor inscrito en la matrícula
del puerto de Punta Arenas fue el "Amadeo" (412
toneladas) en 1893. En sus bodegas se transportó el material y
elementos necesarios para la explotación de la Patagonia y Tierra
de Fuego. Después adquiere el "Alfonso" (ex
"Lizzie"), "Alejandro" (ex "Casel"),
"Antártico", "Austral", "Avilés"
(ex "William Cliff") y el "Arturo", así como
las barcas o veleros "Ambassador", "Adelaida"
y "América" y los remolcadores "Herminia",
"Olga" y "San Gregorio". Sus nombres encierran
siempre un recuerdo a una tierra o a un personaje: Amadeo y
Alfonso a los reyes de España, Antártida, América a las tierras
que pisaba, etc.
La
empresa fue creciendo y la flota de barcos aumentando y ampliando
sus servicios para lo cual se adquirieron el vapor
"Apolo", "Avilés" (ex "Emilia"),
"Alfonso",(construido expresamente en Glasgow),
"Alejandro", (ex "Argentino") y
"Araucano" (ex "Americano"), el pontón
"Alejandrina" (ex fragata "Andrina") y
"Andalucía" (ex fragata "Ville de Mulhouse"),
los remolcadores "María" y los remolcadores "María"
y "Josefina", lanchas a motor como "Mosquito",
"Julita" y "Violeta", diez lanchas de carga,
etc.
Este
mismo año busca modo de viajar por octava vez a Miranda. Con el
viaja su hija Josefina y sus tres nietos. A todos desea enseñar
los rincones de su niñez.
Aunque
sus viajes a la ciudad eran frecuentes no podía disfrutar como él
quería de todas sus ventajas. Por eso decide la familia
instalarse de nuevo y definitivamente en Buenos Aires para lo cual
manda construir una hermosa morada en la calle Santa Fe, nº 3681.
Allí dejará de existir doña María Behety a los 54 años el 24
de noviembre (¡qué mes tan aciago para nuestro indiano!) de
1908. De acuerdo con lo que ambos esposos habían convenido sus
restos fueron enterrados en Punta Arenas.
En
1909 reparte su herencia entre sus hijos, quedándose él con una
parte. Nace así la Sociedad Importadora Exportadora de la
Patagonia con sede en Buenos Aires, con 24 sucursales por todos
los puertos y centros importantes de la Patagonia.
A
los setenta y dos años estando en Valparaíso se siente enfermo.
Un quiste en el hígado le está dañando seriamente la salud, y
zarpa de inmediato para su Buenos Aires, pero contraviniendo la
voluntad de sus médicos quiere hacer escala en cada puerto de la
Patagonia acaso como un último adiós a aquellas tierras que él
amaba tanto y que gracias a su tesón alcanzaron extraordinario
desarrollo.
José
Menéndez, "el rey de la Patagonia", fallece en Buenos
Aires el día 24 de abril de 1918, recibiendo sepultura en Punta
Arenas tal como había sido su deseo, donde reposaban los restos
de su esposa, fallecida el 24 de noviembre de 1908.
El
gobierno español le otorga los títulos de Caballero de la Orden
de Isabel la Católica, Caballero de la Real Orden de Carlos III,
medalla de primera clase del Mérito Naval. Sin embargo declinó
el ofrecimiento que se le brindaba de ostentar un título
nobiliario.
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